miércoles, 2 de mayo de 2012

Con 11 años y creo un videojuego para su abuela ciega


Cualquier fan de los videojuegos sabe que una de las mayores diversiones que nos da este campo es la de compartir la experiencia con los amigos y familiares; o incluso con desconocidos. Dylan Viale, un jovencito de 11 años de California lo sabe muy bien, puesto que es el creador de un juego que nace únicamente de la necesidad de compartir cosas con la familia. 
Este chaval que va a quinto de primaria ha aprendido ha usar una pequeña utilidad llamada Gamemaker, que permite crear tus propios juegos, y ya ha sacado uno que le ha convertido en una celebridad de Internet. Porque no lo ha hecho para presumir delante de sus amigos, sino para tener algo con lo que jugar con su abuela, ciega durante décadas. 

El niño siempre ha estado muy unido a su “yaya” Sherry, con la que ha pasado siempre mucho tiempo, así que su principal motivación para aprender a manejar el juego siempre fue “¿cómo puedo crear algo que ella también disfrute?”. Y así, en sus ratos libres, inventó Quacky’s Quest. 
En él, controlamos a Quacky, un pato con pinta extraña que su padre creó en preescolar para dar un toque personal a sus apuntes: una vieja broma familiar. El palmípedo tiene que recorrer diferentes laberintos para encontrar un huevo de oro. Bastante tradicional, claro. La cuestión es cómo hacer que algo así sea divertido para un ciego.

El pequeño averiguó rápidamente que tenía que utilizar el sonido como principal arma. Para ello, llenó el laberinto de diamantes, que emiten un ruido similar al de una caja registradora cuando pasas por encima. Para los muros, puso un sonido profundo e incómodo, indicando que por ahí no podemos avanzar. 
Unos murciélagos y cartuchos de dinamita le daban un toquecito de dificultad, cada uno con su propio ruidito asociado. La clave estaba en cómo hacer que, cuando no hay diamantes, la mujer pudiera orientarse, ya que no había ruido ninguno. 
Tras mucho pensar y pedir ayuda en los tablones y foros, llegó a una sencilla solución: no se puede retroceder. Si se intenta, se escucha un sonido negativo. Tan simple como eso. Con esta idea, según dice su padre, la abuela Sherry conseguía navegar por el laberinto con mucha rapidez. 

El jovencito pasó un mes trasteando con el jueguecito hasta que lo dejó a su gusto, y al de la abuela claro. Finalmente, decidió presentarlo a la feria de ciencias de su colegio. Y ganó el primer premio. El niño ha comenzado a plantearse la posibilidad de convertirse en diseñador de juegos, aunque como todos los pequeños, aún no tiene claro cómo será su futuro. 
Por lo que comentan, una cosa curiosa es que los jugadores ciegos juegan mucho más rápido y puntúan mucho mejor que aquellos que disponen de visión. “No están tan en contacto con el sonido. No confían en el sonido tanto como un ciego podría hacer, o como hace una persona que no está familiarizado con el sonido”. 
Quacky’s Quest se ha convertido en un pequeño éxito en el colegio de Dylan. Y también dentro de la industria y en Internet, donde muchos ya han señalado como es posible que apenas existan juegos para invidentes, pidiendo que se prioricen otros sentidos antes que la vista. Es la naturaleza de la bestia. 
 

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